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martes, 12 de enero de 2010

1-Pelota de trapo


Marcelo se desperezó largamente entre sus suaves sábanas rasadas. ¡Qué placentero le resultaba saber que solamente tenía que accionar un botón para ordenar el desayuno en la cama! Inmediatamente, jugo recién exprimido, aromático café colombiano y la exquisitez que se le ocurriese llegaría allí en una bandeja. Rápido e instantáneo como un flash fotográfico, se materializó en su mente el miedo que tenía a convertirse en un botellero indigente y solitario. ¡Cuántas veces se había despertado en mitad de la noche atormentado por un sueño nacido de sus temores! Siempre la misma oscuridad, la dificultad de tirar el carro por el empedrado, la escasa luz, la vejez, la soledad y el hambre.
Eso había sido antes, en otra vida, en tiempos de su niñez, antes del contrato.
Porque Marcelo no nació en cama de seda, y, aunque no conoció el hambre, sí supo de todas las privaciones. Recuerda esa vida de manera intacta. Sencilla: potrero y pelota de trapo. Correr, gambetear, cabecear, correr ligero, más si fuera posible, en invierno y en verano. Dormirse rendido mientras la madre cuenta monedas para pagar el alquiler. Un par de horas después: despertarse con el sueño. Por la mañana, esquivar la escuela lo mejor posible.
Eso había sido antes del contrato, en la otra vida, la de su niñez.
Marcelo oprime el botón y entra la mucama con las publicaciones deportivas, la mayoría de las mismas lo muestran en la tapa celebrando el gol de la victoria, uno de los tantos de su veloz carrera.
-Café con leche, medialunas y manteca- le ordena, incorporándose, mientras se queda con la vista en la pelota, tan redonda, tan de cuero.

Este cuento me lo inspiró José Eduardo, ingeniero y cinturón negro de Taekwondo.
Agudo observador.


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