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jueves, 14 de enero de 2010

3- Desde que se fue


Así le cantaba Gardel a su caminito querido, nuestro zorzal criollo, el mito que a pesar de su muerte, cada día canta mejor. Aquél de la sonrisa amplia que se le desdibujaba un tanto para agregar "caminito amigo yo también me voy". Y se fue nomás, por obra de un accidente aéreo.


Mi papá tocaba el bandoneón y no faltó su música en nuestras fiestas familiares. Por suerte, y para alegría nuestra, era hijo de italianos y siempre salpicaba alguna tarantela, en esos momentos la fiesta se ponía linda.

En la actualidad soy propietaria de un comercio en Barcelona donde vendemos comida típica mexicana, (sí, mexicana, esa es historia para otra vez).

Habrá sido casualidad pero yo estaba detrás del mostrador, con esos pensamientos bailando tarantelas y tangos en mi cabeza cuando se abrió la puerta.

Mi cliente, un hombre mayor, aproximadamente unos ochenta años, saludó y se quedó mirándome. Yo también a él. Nos reconocimos argentinos enseguida y, mientras esperaba su pedido me contó aquello de su juventud. Que estaba en la puerta de un bar, que no tenía dinero, que entró Gardel, que él lo miró con admiración, y que entonces, el cantante, como al descuido, con natural normalidad le dijo "Pasá pibe, yo te invito". Ya había escuchado esa anécdota en Buenos Aires, durante mi niñez, varias veces, de boca de mi papá, bandoneón en mano, entre tango y tango.

Yo no respondí nada, me quedé muda, aproveché a ocultar mi cara envolviendo los paquetes. Mientras mi cliente la dornaba con detalles varios, del mismo modo que si fueran los típicos firuletes. Y cada detalle venía con el correspondiente tarareo y ese imitar la manera de Carlitos al trocar la n pronunciándola r.

Fue esa imitación la que rebalsó el vaso, es decir, la que finalmente me hizo caer las lágrimas y desear que se fuera pronto. ¡Lo único que me faltaba sería que me explicara, al modo de mi papá, lo concerniente al defecto de pronunciación durante el canto! Mejor que se fuera porque no aguantaba más tanto parecido con el viejo, me hacía temblar las entretelas del alma.

-¿Te emociona, piba? Claro, ¿sabías que no era un defecto de pronunciación de nuestro morocho del Abasto? ¿Sabías por qué parece que dice taRgo y parece que no puede cantar taNgo? Te lo voy a explicar, es sencillo, la deformación no era de él sino de los medios de grabación. Resulta que la energía de la voz producía la vibración de una membrana que hacía incidir la púa en una rosca sinfín, la que grababa sobre el disco matriz de pasta. La voz era conducida desde una bocina, en que el cantor introducía prácticamente su cara y un caño la transportaba hasta la púa. Se hacía necesario marcar consonantes fuertes, ya que las débiles no alcanzaban a dejar una huella suficiente en el material sensible. ¿Me entendés lo que te explico, piba? ¿Me entendés?


Este relato me lo inspiró Sandra, mi exalumna argentina, desde Barcelona

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